lunes, 26 de marzo de 2012

Tres razones para cambiar el binominal

A partir de las movilizaciones estudiantiles el debate político se fue instalando rápidamente en la agenda local. Paralelo a la gratuidad en la educación que los estudiantes esgrimieron al comienzo del conflicto con el gobierno, se incorporaron otras cuestiones de corte más bien político institucional y las que se fueron extendiendo a todos los sectores sociales. Una de ellas fue el cambio del sistema binominal, aunque no existe claridad en qué tipo de sistema electoral se quiere implementar. Precisamente el sentido de esta columna es entregar tres razones políticas para transformar el sistema binominal y romper con es férrea defensa que desde el oficialismo y desde algunos grupos concertacionistas, se hace del mismo. Es prudente señalar que un sistema electoral tiene la responsabilidad de transformar los votos en curules, pero se constituye en un elemento clave dentro de una democracia, puesto que equilibra las fuerzas de poder entre los distintos grupos sociales. En rigor, el sistema electoral tiene una directa relación con la legitimidad política dentro de la sociedad democrática. Es decir, si su efecto es correlativo al de la representación, ¿cuál es el sentido de mantenerlo, aún sabiendo que perjudica esa condición?

Desde la oposición los argumentos centrales apuntan a que el sistema binominal afecta la soberanía popular y no tiene la capacidad de respuesta frente a las demandas ciudadanas. Por su parte, desde el oficialismo, insisten en manifestar que hay tantos sistemas electorales como sistemas políticos en el mundo y que todos presentan fortalezas y debilidades, lo que tiende a ser un argumento más bien básico dentro de la discusión. Aunque hay que reconocerlo, han sido los más beneficiados con este sistema y son quienes han desarrollado una defensa corporativa de sus ventajas. Sin embargo, solo se han centrado en descalificar a quienes lo cuestionan, pero reiterando en que hay intereses políticos para su defensa.

Aún cuando los planteamientos del oficialismo parezcan razonables, en la práctica Chile está en una crisis de representatividad profunda y derivada desde el mayor enclave autoritario que se mantiene: el binominal. Es un sistema de elección excluyente, injusto, poco democrático y nada de competitivo, ya que cada coalición tiene asegurada la representación política, quedando relegada la decisión soberana en manos de las cúpulas partidarias. Es decir, los ciudadanos tienen poco o casi nada de injerencia en la decisión real, ya que se transforman en meros confirmadores de las opciones impuestas por la oligarquía política. Frente a eso, se presentan tres razones de fondo para cambiar el sistema electoral binominal. La primera de ellas es que el binominal no favorece la creación de mayorías y menos aún genera beneficios políticos en la sociedad. Esto quiere decir, que un gobierno requiere de un apoyo parlamentario suficiente para impulsar medidas políticas que tengan un efecto concreta en la ciudadanía. Hasta ahora el sistema binominal no ha producido esta situación y esto se ve reflejado en el actual gobierno, donde el Presidente Piñera es minoría en ambas cámaras. Lo único mayoritario es el distrito, pero solo dos son los elegidos y la regla de asignación de escaños tampoco es mayoritaria, ya que para que una lista logre obtener los dos curules, debe doblar a la lista más votada.

Como segunda razón, el sistema electoral binominal no genera proporcionalidad, entendiéndose esto como que la cantidad de votos sea proporcional a la cantidad de escaños que se logran en una elección, lo que a su vez se vería reflejado en la fuerza electoral de los partidos en competencia. Sin embargo, el binominal provoca distorsiones de la realidad, las que se acrecientan al interior de los bloques políticos, ya que cuestiones como el blindaje de candidatos, el candidato único o los pactos por omisión, restringen la representatividad y favorecen a ciertos partidos en desmedro de otros.

Finalmente, el sistema binominal debe ser cambiado, ya que beneficia a las segundas mayorías, como por ejemplo, cuando una lista obtiene un 66% del respaldo ciudadano y otra un 33% y ambas llegan al parlamento, las dos tienen las mismas atribuciones, siendo esto claramente un contrasentido. Más aún, la derecha ha tenido predominio en las segundas mayorías y esto le permite aprovecharse de la sobrerrepresentación que le brinda el binominal, así como el poder de bloqueo permitido en el congreso. Acá está el verdadero resultado final del binominal: entregar un poder ilimitado a las minorías por sobre las mayorías.

Si entre estas explicaciones –aunque existen otras más- seguimos manteniendo el binominal como mecanismo de elección, la institucional chilena seguirá a la baja, el desprestigio de la política era en aumento y existirá una nula capacidad para sintonizar con las demandas ciudadanas. Además, se irá acrecentando el clima de inestabilidad y polarización política, lo cual es nefasto para la democracia. Por ello existe un tremendo desafío por delante y se refiere a la transformación absoluta del binominal y no a meras reformas del momento, las que sin duda alguna, no provocarán el efecto deseado.

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