lunes, 26 de marzo de 2012

Votar o no votar, he ahí el dilema

La discusión ya está abierta y tendremos un interesante debate sobre las virtudes y debilidades que traerá aparejada la inscripción automática y el voto voluntario. Claramente no es mi opción y hubiese preferido su obligatoriedad, pero se entiende que hay un proceso sistemático de debilitamiento de la democracia, el que redundó en el fenómeno del envejecimiento del padrón electoral. En los últimos veinte años las inscripciones en los registros electorales han caído cerca de un 30%, y esta tendencia se ha hecho más palpable en comunas de menores ingresos per cápita. Por ejemplo, en Las Condes, un 53,4% de los jóvenes entre 18 y 19 años de edad se encuentra inscrito para ejercer su derecho a votar, mientras que en la comuna de La Pintana el mismo segmento etáreo registra solo un 3,5% de inscritos. Si en esto no interviene una variable de clase social, ¿cuál sería la explicación? Cultura cívica, valoración política y mayor conocimiento pueden ser algunas de las respuestas ante la interrogante formulada previamente. Hay un interés mayor por parte de los sectores más acomodados de influir cada vez más en la toma de decisiones y de paso contribuir al fortalecimiento de políticas públicas encauzadas en su misma línea ideológica. Pues bien, la voluntariedad del voto tendería a favorecer a aquellos segmentos de la ciudadanía que tienen un mayor compromiso con lo político y aguzaría esa contradicción de participar electoralmente, de aquellos grupos sociales menos interesados en lo público. Si a eso le agregamos que tenemos un sistema electoral binominal que no se caracteriza precisamente por estimular la competencia, el cuadro electoral es más bien incierto y tiendo a creer que los incentivos por acudir a las urnas serán más bien bajos.

Lo que puede ocurrir con el voto voluntario es que se ahonden los mecanismos clientelares, ya que los votantes al no estar obligados de participar, velarán por su conveniencia individual más que por las virtudes programáticas presentadas en campaña. Lo anterior obligará a que los Partidos Políticos utilicen más recursos para captar la atención de los votantes, produciendo con ello la supremacía de quienes cuentan con un mayor gasto electoral por sobre los más modestos en esta línea. Además, se advierte un sesgo de clase que muy pocos quieren reconocer y que ya opera en el actual sistema de elecciones. Sólo como dato complementario, los grupos más acomodados tienen mayor disposición de votar que aquellos grupos más pobres, algo así como un 83,9% versus un 68,4% según cifras de la UDP. Si la clase política pensaba que con la incorporación de los cerca de 4, 5 millones de votantes que están al margen de cualquier elección se produciría una gran transformación política en Chile, me temo que es un argumento más bien pobre, y que el escenario electoral no cambiará tanto de aquí al mediano plazo. El voto voluntario es una muy buena excusa progresista, pero en el fondo, se van presentar las condiciones para que las campañas entren en una dinámica de polarización ideológica, en el debilitamiento de los contenidos programáticos, en la reducción de la participación electoral y se presente un fuerte sesgo de clase. Pero por sobre todo, tendremos candidatos que tratarán de expandir las prebendas a cambio del voto para asegurar la participación ciudadana.

Es un hecho que existe cierta satisfacción política con el acuerdo alcanzado, pero las limitantes del voto voluntario son mayores que sus beneficios, y entraremos en un panorama político altamente complejo y supra ideologizado. Quienes tengan la verdadera certeza de lo que se jugará en cada elección acudirán a las urnas con todas las de la ley, pero en cambio, quienes perciban que votar da lo mismo, disfrutarán de un día familiar. Desde algunos partidos ya comenzaron las lamentaciones, pero poco o nada se hizo para revertir la situación. Solo resta esperar.

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