Sr. Presidente de la República de Chile, don Sebastián Piñera Echeñique, me dirijo a vuestra persona con el afán de hacerle llegar mis preocupaciones sobre la constante criminalización de mi pueblo mapuche. Digo mi pueblo, pues por mis venas corre sangre Pehuenche herencia de mis ancestros, que con orgullo y valentía pienso transmitir a mis futuras generaciones. Me he tomado la molestia de escribirle estas líneas, porque siento que lo que está ocurriendo en la región de La Araucanía sobrepasa todos los sentimientos que un pueblo como el nuestro pudiera soportar. Con preocupación, eso sí, he visto que algunos parlamentarios reducen el foco de la atención a ciertos episodios que les conviene advertir, desconociendo la historia de sacrificio, violencia y persecución que nuestro pueblo mapuche ha debido enfrentar. No es un tema que pueda circunscribirse a la quema de maquinarias, el amedrentamiento a agricultores o a la muerte de la familia Luchsinger McKay, sino que son años y años de constante humillación que comenzaron con la invasión del imperio español. Por tanto, la carga simbólica que reviste la reivindicación ancestral de mi pueblo debe ser entendida en su justa dimensión, pero agregando la cosmovisión que encierra su histórica tradición, pero que lentamente está siendo borrada por las autoridades nacionales.
Noto en sus
declaraciones mucho revanchismo hacia el pueblo mapuche, al punto de comprender
que en su mensaje estamos en presencia de una neo-pacificación de La Araucanía como
la ocurrida durante la segunda mitad del siglo XIX, pero sin dimensionar los
resultados que ésta pueda aparejar. ¿Es posible calificar al mapuche como “terrorista”
cuando su presencia en esta tierra tiene más años que el propio término que se
le aplica? ¿O es que ese etnocentrismo barato con el cual se nos ha querido engalanar,
ha terminado por erosionar las raíces de tan bello pueblo? Temo que sí, que en
el fondo se busca extirpar del imaginario colectivo el que gran parte de Chile
tenga genes mapuches, como si esto fuera un gran pecado original propio del
conservadurismo criollo.
Me habría gustado haber visto en su mensaje una
disposición al diálogo, al reconocimiento de nuestro pueblo (y de otros, por
cierto) y menos odio de quien detenta un cargo tan importante como el suyo,
pero comprendo a su vez, que cargar con enorme responsabilidad no debe ser
sencillo. Lo quiero transportar en el tiempo, porque esta
carta no sólo es para hacerlo reflexionar de que no queremos más muertos en La
Araucanía, que la vida de un colono no es superior a la de cualquiera de
nosotros, que la preocupación demandada por la lamentable muerte de la familia Luchsinger
McKay no lo debe empujar a desarrollar una “cacería” sin control de algún lonko
o machi, sino que debiera invitarlo a solucionar tan prolongado conflicto. Pero
además comentarle que desde nuestro lado también tenemos muertos en democracia.
Como no recordar a Daniel Menco asesinado a los 23 años bajo el gobierno de
Eduardo Frei en el norte de Chile, o a Alex Lemún que con tan solo 17 años acabaron
con su vida de un disparo en la cabeza bajo el mandato de Ricardo Lagos. Como
no recordar la desaparición de José Huenante de 16 años de quien hasta la fecha
no se tiene información de su paradero y que bajo el gobierno de Lagos nada se hizo por
esclarecer su situación.
Me viene a la mente Juan Collihuín de 71 años y gran
defensor de la causa mapuche, quien bajo el mandato de la ex Presidenta
Bachelet recibió varios tiros en su cuerpo, pero cuya acción a pocos les
importó. El caso más recordado es el de Matías Catrileo de 22 años quien en
2008 y que, nuevamente bajo el mandato de Bachelet, fuera asesinado con dos tiros por la espalda y
cuyo autor goza de absoluta impunidad. En el 2008 también vio acabar su vida
Johnny Cariqueo en Pudahuel con tan solo 23 años, y que si hubiese tenido una asistencia
médica en el momento, se habría mantenido con vida. En el año 2009 Sr.
Presidente fue asesinado Jaime Mendoza Collío de 24 años, y que luego de
exámenes forenses se descubrió que recibió un disparo por la espalda, derrumbado
la tesis de la policía que argumentó que las balas fueron en legítima defensa,
cuestión que nunca ocurrió.
Como puede leer
Sr. Presidente, nuestro pueblo ha sufrido mucho y requiere imperiosamente que
se apliquen políticas de Estado con altura de miras, pues no podemos seguir
aceptando que tengamos más muertos por luchas ancestrales. No quiero que
interprete que esta carta tiene una lógica del “empate” por lo acontecido hace
unos días en Vilcún. Por el contrario, solo busco hacerlo meditar que la aplicación
de la ley antiterrorista- esa que bajos los gobiernos de la concertación fue
usada con abuso y sin remordimiento- es un completo error si lo que busca es
solución. Por esta situación, en estos momentos tenemos presos políticos mapuches y peñis en
huelga de hambre reclamando sus derechos; niños baleados con extrema dureza en los
constantes allanamientos a las comunidades mapuches, situación insostenible y que hace necesaria la implementación de medidas
en línea política y no simplemente represivas.
Quizás estas
palabras expresadas a través de esta carta no lleguen a su destino final o
generen revuelo mediático, pero tenga presente que al menos hay alguien al que
le preocupa lo que está pasando con nuestro pueblo mapuche, etnia que de todas
formas merece respeto y consideración. Entiendo que a la oligarquía no le
parezca prudente otorgarle el reconocimiento que se merece, pero me siento con
el deber moral de transmitírselo en esta ocasión, aún cuando esto le incomode. Es de esperar que
de todos lados comencemos a presionar para que más temprano que tarde, el
pueblo mapuche logre convivir en paz y sin temor de ser perseguido por su color
de piel, por apellido o por cualquier circunstancia.
Fraternalmente
Máximo Quitral
Académico